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Wittgenstein en chancletas

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Al tratar de imaginar el primer lenguaje de nuestra especie, me es inevitable pensar en algún tipo de sonido ronco con algún tipo de rítmica tropical. Quizá este lenguaje sonoro sería lo más distante al alemán en el que Wittgenstein escribiría las bases de la filosofía del lenguaje. Y aun siendo distante, este son ancestral debía resumir, sintetizar y comunicar el entendimiento de un mundo completamente desconocido. Debía, además, servir como un pilar fundamental de una construcción social infantil; la cual apenas empezaba a enfrentarse a los aspectos metafísicos asociados a la conciencia propia - que aterrador debió ser, y es, entender la existencia propia-, que serían determinantes en la larga y tormentosa historia humana.

El origen y diversificación del lenguaje humano, diferenciado a los sistemas de comunicación encontrados a lo largo del reino animal, son hasta el día de hoy un misterio completo: incluso asumir que nuestro lenguaje es de alguna manera superior o distinto a comparación de otras especies sigue siendo una posible imprecisión. Con frecuencia se busca entender estas piezas faltantes bajo la óptica de la evolución biológica, dejando al lado -de manera innecesaria e injustificada- el componente cultural de nuestra historia natural; un componente que, sin lugar a duda, es determinante para entender muchos de los comportamientos más complejos (o humanos), y sus implicaciones históricas.

Si pensamos en todas las manifestaciones del lenguaje humano a largo y ancho del planeta, encontraremos unos patrones análogos, estrechamente relacionados con las características del entorno natural. Aquellas civilizaciones costeras tendrán una mayor capacidad lingüística para explicar su entorno en comparación a una civilización oculta en las estribaciones profundas de alguna gran cordillera, o en las impenetrables selvas tropicales. Esta aparente obviedad, nos demuestra como el desarrollo cultural, fue quizá, el acto determinante para la construcción del lenguaje que conocemos hoy en día. Detengámonos a pensar qué sería del entendimiento del lenguaje si Wittgenstein hubiera nacido en el Plato, Magdalena o en Jamundí, Valle de Cauca. Tal vez los juegos del lenguaje se hubieran construido con un “guineo” en una “chuspa”: un Wittgenstein en chancletas.

A pesar del determinismo del espacio que se habita, son evidentes las manifestaciones diferenciadas del entendimiento del mundo. No todas las civilizaciones costeras expresan el mundo que los rodeaba con el mismo lenguaje (la diversidad lingüística para referirse al mar es casi inagotable), y no crearon, a su vez, manifestaciones metafísicas idénticas para aquello que no lograban entender (así mismo existe una infinidad de deidades marinas). Aunque hoy veamos todas estas manifestaciones como unos fenómenos místicos, es importante usar el lente del lenguaje para entender su origen, y las implicaciones que logran, hasta el día de hoy, regir las dinámicas sociales modernas. Esto adquiere un valor crítico cuando observamos como muchas de estas representaciones lingüísticas del mundo van desapareciendo: aquel planeta lleno de sonidos tropicales se ha ido silenciado con el pasar del tiempo.

Creo que parte fundamental de la evolución del leguaje se desprende de aquello de lo que no se puede expresar. Así como lo diría Wittgenstein, el límite de nuestro lenguaje representa el límite de nuestro mundo. Esto nos obligó, como especie, a integrar nuevos mundos que transcendieran el nuestro, para poder, de manera desesperada, darle un sentido aquello que se escapa de nuestro entendimiento. Acá es donde el desarrollo cultural se convierte en el alimento fundamental de la construcción colectiva de estas ideas trascendentales; donde los puntos de divergencia han logrado transmutar en construcciones más complejas y enriquecidas: el flujo lingüístico no es más que el reflejo fiel de las interacciones culturales de los diferentes grupos humanos a lo largo de la historia. De manera desafortunada -a falta de una mejor palabra- este flujo se ha visto interrumpido, y el lenguaje se ha trasformado en una herramienta de ejecutar diferentes violencias contra aquellos que se escapan la homogeneidad cultural deseada.

El constante uso del lenguaje como herramienta de uniformidad, la cual históricamente ha logrado la segregación de aquellas personas que se escapan del entendimiento occidental (o imperial) del mundo, hoy ocupa un lugar central en las infinitas luchas de la justicia social humana. Esta necesidad infundada -y enferma- de mantener el lenguaje estático, olvidando la naturaleza caótica y cambiante, que nos ha llevado a expresarnos de la manera que lo hacemos, atenta contra todo aquello que nos hace humanos (sin mucha claridad biológica de lo que esto signifique). El lenguaje está en constante movimiento, a lo largo de un gradiente invisible, que a su vez está codificado en lo más profundo de nuestra composición como especie: este movimiento inagotable habita en los acentos regionales; en aquellas palabras puntuales que parecen aisladas de cualquier tipo de lenguaje; en la filosofía de Wittgenstein y el regateo en las calles comerciales transitadas; en la lucha del lenguaje inclusivo; en la representación ancestral de los pueblos indígenas; en la inagotable diversidad humana que es parte fundamental de la biodiversidad global. Y aunque hoy el ritmo profundo del África tropical se haya transformado, podemos regresar sobre nuestros pasos para buscar, desde el universo del lenguaje, las respuestas a muchos de los cuestionamientos que logran atormentarnos día a día, con el fin de habitar en armonía un mundo polifónico y plural.

Felipe Aramburo Jaramillo

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