← Back to portfolio

El muerto que llevo dentro

Published on

Cada mañana al despertar me persigue la siniestra noción de que gran parte de mi contenido celular ha muerto, siendo reemplazado con diligencia por células frescas y trabajadoras, cuyo único propósito es mantenerme vivo; al menos hasta que el escalofriante ciclo vuelva a iniciar. Esta idea logra paralizarme por un momento fugaz -que en realidad se siente como una temida eternidad-, al menos hasta que logro plantar mis pies sobre el suelo: dando inicio a mi día. El conocimiento de que dentro de mí habita otro yo, compuesto en su totalidad por células muertas, no logra descarrilar el recorrido cotidiano de mi vida. Quizá, y al igual que la respiración, el acto es tan automático que, de manera repentina, es asimilado por la mente sin mayor sobresalto. El muerto que llevo adentro -y que por obviedad me acompaña a donde voy-, asumo debe ser similar a mí: a pesar de que la ley universal de la conservación de la energía sugeriría que aquellas células desfallecidas no podrán desaparecer, sino que se transformarán en el algo más, creería, bajo lógica personal, que esta transformación no podría ser muy distante al molde original; a mí. Esto me tranquiliza y me permite ignorar aquel desconocido que comparte mi existencia.

Claro, hay días (como hoy) que puedo sentir que ese yo extraño es en realidad una manifestación distante de todo aquello que no deseo ser; o peor: todo lo que pude ser. La idea de que mis células muertas decidieran agruparse, nuevamente, para alcanzar un potencial inalcanzable -o desaprovechado- logra estremecer las bases nitrogenadas que componen el contenido celular que aún vive. Tal vez aquel muerto viviente sea un gran y exitoso escritor; un deportista de renombre; o un simple ser funcional. Cuando tengo estas visiones epifánicas del muerto que llevo adentro, me veo obligado a pensar en la remota posibilidad de que no sea uno, sino varios, los otros que habitan en mí. Después de todo, la renovación celular de mi existencia se da con cierta frecuencia, lo que indicaría que en realidad existen una infinidad -a riesgo de recaer en una imprecisión matemática- de yoes posibles. Recaigo en esta idea por un simple consuelo: me imagino que alguna de esas manifestaciones es similar a mí; una imagen especular, no muy distante a la original. Pensar en una similitud posible me lleva a la conclusión certera (e injustificada) de que no hay mucho más en mi vida que pueda hacer; todo, incluso la colección de células difuntas, se escapa de mí.

Esta lucha matutina de la consciencia se ha convertido en parte fundamental de mi cotidianidad. De nuevo, existen días donde la noción siniestra de portar otro ser en mi es más sofocante que de costumbre. Esto, sin embargo, no lo hace menos parte integral del día a día. Hay mañanas -aunque escasas y distantes- donde me atrevería a decir que el muerto que llevo adentro es una compañía indispensable. No porque ocupe un espacio físico tangible; esto en realidad es una imposibilidad física. El sentimiento de acompañamiento radica en la noción de multiplicidad -de nuevo: no física- que implica portar diferentes seres. Esto se ve aún más reforzado por la idea de que la materia prima de la cual se construyen estos entes, es la misma con la que me mantengo con vida un día más; al menos hasta alcanzar las mismas consideraciones a la mañana siguiente. Esta familiaridad ontológica, aunque la mayoría de veces aterradora, es el acompañamiento que apacigua el temor de cargar conmigo algo que ya no debería ser parte de mí. Algo, que de hecho, debería alimentar la entropía universal.

Felipe Aramburo Jarmillo

0 Comments Add a Comment?

Add a comment
You can use markdown for links, quotes, bold, italics and lists. View a guide to Markdown
This site is protected by reCAPTCHA and the Google Privacy Policy and Terms of Service apply. You will need to verify your email to approve this comment. All comments are subject to moderation.