← Back to portfolio

Desliz

Published on

Buscaba con desespero sus llaves. De un tiempo para atrás se había propuesto hacer el ejercicio consciente de dejarlas en el mismo lugar de su bolso, hasta que se volviera un hábito automático y maquinal. Recordar eso la llenaba de una frustración reptante; la cual lograba transformar la tarea de encontrar las llaves en algo casi imposible. Tomo un respiro corto y certero: nada comparable con aquellos suspiros meditativos que suponen algún momento de iluminación superior. Bajo lentamente las bolsas de la compras, sin darse cuenta del gran charco de agua mortecina que reposaba inerte ante sus pies. La salpicadura -que no fue mayor a unas cuantas gotas- de esta agua muerta terminó con la poca calma que aún tenía. El desespero se transformó entonces en una ira; una ira visceral y fisiológica: esa que se siente en cada proceso celular necesario para mantener la vida funcionando. Trató de gritar pero se resistió. Aunque el estacionamiento estuviera solo, pensó en mantener un poco de dignidad; al menos hasta que pudiera llegar a su casa y olvidar que todo esto estaba ocurriendo. No era más que un simple mal día: solo necesitaba encontrar las llaves del auto para poder darle un pronto final.

Al encontrarlas se apresuró a dejar las compras en el asiento trasero. No pensó por un momento si algo de lo que llevaba ahí pudiera ser delicado. Con el mismo afán entró al auto y se aferró al timón, como esperando a que este objeto inanimado tomara vida de manera repentina y la acompañara en este sufrimiento. Cerró los ojos y pudo notar el palpitar doloroso en el costado izquierdo de su cabeza. Siempre ocurría así: las manifestaciones emocionales se acumulaban en el lado izquierdo, mientras que aquellas asociadas a sintomatologías más comunes (resfriados y demás) se tomaban el lado derecho de su cabeza. Esta vez decidió darse la oportunidad de respirar profundamente; esperando con total entrega y honestidad algún tipo de bienestar -así fuese pasajero- que la aterrizara de nuevo a su existencia. Abrió con lentitud los ojos y analizó ese entorno íntimo en el que se encontraba. El aroma frutal del ambientador se le hizo insoportable. Empezó a hacer un pequeño recuento de todo lo que debía hacer antes de partir con el fin de evitar algún descuido adicional. Acomodó el asiento, limpió el parabrisas y ajustó el espejo retrovisor. En la esquina inferior derecha detectó un objeto extraño: la silla para niños azul de su hijo.

En ese momento no le importó que hubiesen personas a su alrededor: soltó un grito estrepitoso. ¿Cómo podía haber olvidado a su hijo? La invadió una angustia aguda. La podía sentir en todo su cuerpo, pero en particular en la punta de sus dedos; un cosquilleo casi agradable. Salió del carro en pánico. Trató de recoger sus pasos sin mucho éxito. No podía acordarse de los lugares que había visitado antes del episodio de las llaves. Trató de buscar alguien que pudiera ayudarla, hasta que se dio cuenta que tampoco lograba recordar el rostro de su hijo. ¿Cómo era su nombre? No era raro en su vida enfrentarse a algún desliz de la memoria; pero nunca hasta el punto de olvidar aquello que era esencial en su vida. Pensó, con certeza férrea, que estaba teniendo un episodio psicótico. Se entregó a un sollozo extraño; como temiendo que el llanto convencional confirmara su descenso a la locura. No encontró ninguna respuesta. De manera mecánica se sentó en el suelo, sin darse cuenta de otro charco quizá más fétido -y más grande- que el anterior. ¿Cuál era la probabilidad de que esto pasara? Que todo lo que estaba ocurriendo pasara.

Felipe Aramburo Jaramillo

0 Comments Add a Comment?

Add a comment
You can use markdown for links, quotes, bold, italics and lists. View a guide to Markdown
This site is protected by reCAPTCHA and the Google Privacy Policy and Terms of Service apply. You will need to verify your email to approve this comment. All comments are subject to moderation.